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YA LO DICE EL DICHO

Publicado en por ALONTRIX

-Usted fue Juan, no se haga. Usted era el marido o lo que sea que haya sido de él.

- Y usted no sea sapo.

-Usted hizo quedar mal mi negocio  ya nadie va a la cantina porque con esa muerte usted me la saló y también ¿Va a dejar morir a don Ricardo?

-¿Morir? Ni que  él fuera al que mataron.

-Pero casi y si usted no avisa quién fue, él morirá en un calabozo y todo será culpa suya.

-¿Culpa mía? como si yo le hubiese dicho que fuera a tomar ese día.

- Usted sabe hombre hágalo por la mujer y sus hijos.

Un día como cualquier otro había llegado al pueblo donde nació mi abuelo, el calor del cenit ya se sentía desde antes de las doce y todo era un infierno;  las piedras saltaban del calor y los perros andaban por las calles meneando la lengua que tenían de corbata. Era un día que llamaba a hidratarse con una buena cerveza fría y amarga menos amarga que la misma vida en un territorio lejos de la civilización y tecnología. Corrían los años cincuenta y había una sola cantina en la que en las horas de la mañana no concurría mucha gente pero en la tarde y noche el espacio era tan estrecho que los de afuera no podían llegar hasta la barra a pedir licor y para tomar debían llevar ellos el mismo trago. Y los de adentro eran los que pagaban porque sí podían ser atendidos, además ellos contaban con la cercanía del baño así que la fila para entrar a él era igual de larga que quienes esperaban su turno en la barra.

El caso es que en esa mañana cuando más de uno aguantaba la sed para la tarde, mi abuelo salió temprano de su casa rumbo a la cantina en la que encontró a otros medio alcohólicos que satisfacían su sed y al llegar la cerveza a su boca se escuchaba por todo el pueblo el sonido de tstststststststststs.  Y allí fue cuando empezó todo esto que voy a contar.

Hágalo por sus hijos, su mujer, mi negocio ¡No sea mierda!

¿Me va a aventar con el secretario? Quiere que le diga cómo mueren los sapos.

¿Me está amenazando hijueputa?

Como quiera malparido que si ya maté a uno puedo matar al que sea y si quiere que este moridero se quede sin cantinero dígame no más.

Y así fue que como en ese pueblo se acabó de estrenar el cementerio.

Eso me lo contó mi tío que habla así no le pregunten nada. Las botellas llenaban la mesa y el trapo rojo del dueño de la cantina estaba a punto de humedecerse de sangre.

Yo hace mucho tiempo quería decirle algo.

Dígame don Nicolás.

Usted cuándo me va a ayudar a  pelar la tierrita que tengo al filo del río.

Cuando quiera don Nicolás simplemente es que usted me diga.

Dígame cuándo va y le llevo unas cervezas, las enfriamos con el agua del río y las tomamos bajo el árbol de mango.

La borrachera fue tan tenaz dijo mi tío, que fue allí cuando don Nicolás se dejó ver sus preferencias sexuales, ya habían sospechas entre él  y Don Juan pero no se habían dejado pillar. Ambos borrachos se abrazaban y se reían juntos, perdieron la cabeza ambos que al otro día bajo el palo de mango el Alberto se despertó con guayabo y sin el más mínimo recuerdo de lo que había sucedido.

Te violaron huevón, cómo se te ocurre haber aceptado tomar con ese man que es un marica, vos no sabés cuánta gente ha caído, mínimo mínimo te violó, ¿podés cagar sin dolor?

No me digas eso huevón que don Nicolás a mí me respeta.

Sí claro vos acaso no sabés que dicen que Nicolás y Juan son mozos y les gusta la maricada? Se da cuenta el Juan y te mata.

Dicho y hecho. En la cantina El socorrito ya borrachos y con la vejiga hinchada dormía el abuelo sobre la mesa y el compadre padrino de mi tío.  Mesas más allá don Nicolás tomaba con otro jovencito y le hablaba de que si quería ir al río a limpiarle la tierrita.

Todo fue como un aguacero: fuerte y rápido. Juan entra por la puerta de la cantina con machete en mano y ve a su amado puyón tomando y acariciando al hijo de misia Josefina. Y ¡Ras! Que suena el machete en el suelo  y luego machetea a su amado  por detrás, por donde más le gustaba.

¡Qué pasó hijueputa! ¿Y ese reguero de sangre?

Don Ricardo ¡despierte!, ¡despierte!

Fue tanto el susto que el compadre salió corriendo y pensaba que mi abuelo venía detrás de él, pero el abuelo no tenía fuerzas ni orientación para saber por dónde huir. Además fue el único que se quedó en el sitio después del asesinato pasional.

La cantina se limpió en un dos por tres para los clientes de la tarde y Ricardo por ser el único borracho que estaba en un lugar donde no le convenía se despertó con la resaca a cuestas detrás de las rejas del calabozo.

Señor Ricardo – dijo el secretario, - si usted dice que no fue, ¿Entones quién? ¿Va a pagar cárcel por otro? ¡Cuente haber!

Con los años la siembra de la coca daba más riqueza que la siembra de los productos originarios de la región. Así fue como empezaron a llegar forasteros al pueblo y dos de ellos aunque salieron a la ciudad con su mamá cuando niños fueron tomados como extraños pues nadie los reconocía. Unos morenitos color piel canela como el bolero se establecieron en la antigua cantina El socorrito, en esa casa nadie había vuelto a entrar después que Don Juan mató al dueño al parecer porque le hizo un reclamo que nadie sabe de qué. Los hijos del cantinero vivían en la ciudad con la mamá y salieron desde niños pero estos señores ya eran jóvenes y no se sabe cómo hicieron para entrar en esa casa y por miedo a los foráneos nadie les dijo nada. Hasta que días después el sueño velado por la luna y las estrellas se interrumpió por gritos fuertes que daban en la calle.

¡Don Juan! Abrí hijueputa o te quemamos la casa con vos adentro.

Abrí asesino culitorcido.

Nadie abrió la puerta esa noche pero al día siguiente Juan Liz amaneció muerto y con un tubo de metal que duró caliente toda la noche metido por el ano, macheteado y picado, completamente irreconocible, se dieron cuenta que fue él la víctima porque en primer lugar sabían dónde vivía y la casa quedó vuelta añicos y ceniza;  y en segundo lugar por el tubo caliente atravesado por el culo como los pollos de asadero, a quién más sino a él. Los hijos del cantinero que todo el mundo olvidó que tenía, salieron de la árida población desde pequeños, volvieron hechos unos hombres con sed no de cerveza sino de venganza. Y claro, en la oscura noche nadie se dio cuenta de que por la plaza deambulaban los morenitos y tampoco se recordó que esos eran los hijos del cantinero. Así fue, como lo dice el dicho: quien se mete de nazareno sale crucificado y quien a hierro mata a hierro muere; y en el caso de mi abuelo me imagino que quien calla otorga?

 

 

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